Un viaggio a Maranello: Terzio giorno (2ª parte)
¡Alto! ¡Attenzione!
Si vas a ver leer el texto que hay a continuación lo mejor es que antes te enteres de qué va todo esto tanto en las crónicas del primer día de mi viaje a Italia como en las del segundo y en la primera parte del tercero. También puedes ver algunas de las fotos.
Todo ha sido posible gracias a mis amigos y compañeros de SIA. ¡Gracias una vez más!
¡Alto! ¡Attenzione!
Todo ha sido posible gracias a mis amigos y compañeros de SIA. ¡Gracias una vez más!
¡Alto! ¡Attenzione!
Al final de una salida que parece un camino vecinal (y que de hecho lo es), al borde de una carretera de mala muerte entre dos pueblos perdidos en el distrito de Emilia-Romaña en Italia, se esconde la pista de pruebas de Ferrari.
Ya el martes nada más soltar la maleta le pregunté a la recepcionista del hotel cómo podía llegar al circuito de Fiorano. Una vez más, me vi desbordado por indicaciones, gestos y caras de sorpresa cuando no entendía nada. Scusi, sai il nome della strada? Ni idea. Tutto diritto, y en la seconda glorieta a sinistra. Bueno, pues que sea lo que Dios quiera.
Aunque no confiaba mucho en las indicaciones que había entendido, llegué. El GPS me sacó de dudas: la calle se llama Gilles Villeneuve. Y puedo asegurar que cada coche que pasa le rinde el sonoro homenaje que merece, repitiendo un ritual no escrito que todos parecen conocer al dedillo: comienza a oírse un rugido atronador, doloroso, ponzoñoso y crispante; de inmediato se ve aparecer a lo lejos un coche pegado al suelo que nada más salir de las sombras de la noche da ráfagas. Es la señal convenida para que la puerta del circuito comience a chirriar, temerosa de que se escape algo de la magia que se esconde en su interior, y, antes de que pueda siquiera abrirse un palmo, un Ferrari esté detenido frente a la puerta.
Ya el martes, en algo más de una hora y media que estuve en la puerta aguantando la noche, el frío y la nieve, aparecieron 3 Ferraris: un 599 GTB Fiorano negro, con matrícula de pruebas, un Ferrari negro que llevaba cubierta toda la parte trasera, y que bien podría ser algún tipo de prototipo de lo que se rumorea será el nuevo Dino, y un F430 amarillo que llegó derrapando, entró derrapando y se fue del circuito derrapando, y todo con buen gusto y muy buenas maneras.
Tras haber pasado toda la mañana y parte de la tarde en Maranello, tenía ganas de más, y mi amiga italiana fue el acicate definitivo para volver a Fiorano. No quería irme de allí sin haber grabado unas cuantas pasadas de un F430, así que me encaminé hacia la escueta valla que separa la pista de una calle en la que las vistas de un bloque de pisos de 3 plantas es un circuito donde se prueban F1. No quiero ni imaginarme lo que tiene que ser intentar dormir la siesta mientras Luca Badoer o Marc Gené se obstinan en arañar centésimas al cronómetro con un coche que alcanza las 19.000 rpm.
Si dije que al relatar mis andanzas por la tierra del vinagre y de los Ferrari iba a intentar convertirme en un Camilo José Cela venido a menos, la verdad es que la experiencia más se asemeja a la de Antón Chéjov por la estepa rusa, porque el frío que hacía en Fiorano era más propio de Siberia que de un país embutido en el soleado Mare Nostrum.
El caso es que, como decía, llegué a la valla; y había allí un italiano ufano y jacarandoso, que disfrutaba con las apuradas de frenada del F430 que en ese momento estaba pasando. Por aquello de la hermandad de los pueblos y mantener las buenas costumbres le dije "buona sera" y saqué mi cámara de fotos. Y aquí callaron todos, tirios y troyanos, pues el buen hombre, que de natural debía ir todas las tardes a ver el espectáculo gratuito que se ofrece detrás de una verja y que debía estar aburrido con lo que para él era lo más normal del mundo, vio el cielo abierto, y, como quien dice, pegó la hebra conmigo. Y si mi escaso conocimiento del italiano me había dado problemas antes, aquí se los dio a él, porque por más que se obstinaba en tener una conversación, entre lo rápido que hablaba, el extraño acento que tenía, y que tendía más a hablar para el cuello de su camisa que para el vulgo allí presente, yo no era capaz de entenderle nada. Pero él nunca se daba por vencido. Cual moviola deportiva, era capaz de repetir una y mil veces la misma parrafada hasta que un servidor, por intuición más que por entendimiento, cogía al vuelo dos o tres palabras y me montaba una frase que podía parecerse (o no) a lo que el buen hombre me estaba diciendo, pero que a mí me permitía contestar un sí o un no.
Y por más que le decía que parlara piú adagio el hombre seguía tenaz en su empeño: buen rato me costó entenderle que la fábrica de Ducati se podía visitar, y no menos hacerle ver que, aunque era una muy buena idea y le estaba agradecidísimo de todo corazón, a mí las Ducati me la traen al pairo, y no pensaba perderme una tarde de frío y viento en la que había una remota posibilidad de ver un F1 de Ferrari pasando junto a mí.
Y en estas estábamos cuando en el silencio de la tarde se rasgó el telón que separa el infierno de la tierra, apareció un F2007, cruzó los nueve círculos del infierno y recorrió la pista hasta tres veces como una exhalación. Y si aquí creí morir de puro gozo, nuestro amigo italiano entró en éxtasis. Questo è musica! Y vaya si lo era.
Cada pasada hace que desees que se lo trague el infierno, o que te trague a ti. El aullido del motor es tal que cuando acelera (y lo hace a poco más de 10 metros) no puedes ver. Instintivamente abres la boca para compensar la presión de los oídos, lo que sólo sirve para hacer que la cabeza te vibre aún más. Cierras los ojos con fuerza, como si fueran a explotar a la vez que los tímpanos, y te agarras a lo primero que pillas para no caerte al suelo de culo. Las rodillas se entrechocan, y apenas aguantan el peso de las carnes temblorosas que tienen por encima. El dolor te entra por los oídos, te oprime el cerebro y aún tiene tiempo de retorcerte las entrañas antes de desaparecer tan rápidamente como vino, sin apenas dejarte ver un rayo rojo que ha pasado por tu lado.
Y, entonces, deseas que pase de nuevo.
Más rápido.
Más fuerte.
Más cerca.
Más fuerte.
Más cerca.
Y cuando el infierno se lo lleva de vuelta por donde vino, deseas que se vuelva a abrir, una vez más, para volver a sentir ese dolor.
Queridos niños: si encontráis a alguna a la que le pueda decir que la ilusión de mi vida es estar pasando frío frente a una valla de metal a 2000 kilómetros de casa sin que piense que estoy drogado, loco o desequilibrado, haced el favor de presentármela para que la suba en un pedestal y no la baje más que para agasajarla y cubrirla de atenciones.
El retorno a casa y las conclusiones finales están en la crónica del cuarto día de mi viaje a Italia.
Para ser un scalextric, no suena nada mal el juguete....
ResponderEliminarVentura .... para cuando la siguiente entrega .... estoy engachado ....
ResponderEliminar¡Estoy en ello! ¡lo prometo!
ResponderEliminarCada día estoy más atocinado, y ahora encima con ración extra de sueño. :(
Y, por cierto, releyendo lo que escribí, me quedé corto al describir cómo sonaba el F2007 comparándolo con cómo sonaba en realidad.